Tsumago (妻籠宿)
Para comenzar la semana, retomaré la historia de mi escapada del mes pasado a los Alpes Japoneses en la que estuvimos siguiendo una parte de la antigua ruta Nakasendo. Tal y como os comentaba en el anterior capítulo de mi crónica (podéis recordarlo aquí), cuando llegamos a Tsumago, el lugar del que os voy a hablar hoy, ya era de noche. Aunque no era muy tarde (cerca de las siete y media de la tarde) estábamos bastante cansados y estaba muy oscuro, así que fuimos directamente al Ryokan (alojamiento tradicional japonés).
Una vez allí, cenamos tranquilamente y tras relajarnos en el ofuro (este tipo de alojamientos, en vez de ducha y baño en la habitación tienen una terma que comparten entre los huéspedes) caímos rendidos en el futón, el día anterior había sido muy intenso y habíamos madrugado bastante, así que era el momento de recuperar energías y las horas de sueño. El día siguiente nos recibiría con un precioso cielo azul y nos descubrió las calles de este tradicional pueblito entre las montañas.
Dos señoras pasan frente al Ryokan Matsushiro-ya, con más de 140 años
de hospitalidad a sus espaldas, el lugar que elegimos para alojarnos en Tsumago.
Este lugar es bastante turístico y vive del turismo. Aunque era lunes, y no se veía mucha gente joven, había muchos visitantes, incluso nos encontramos alguna que otra pareja europea, aunque la mayoría de los turistas que vimos en la zona eran japoneses jubilados que paseaban calle arriba y calle abajo hablando de la pureza del aire, las vistas, el colorido de las hojas y, como no, de los omiyage que estaban eligiendo en diferentes las tiendas para llevar en su camino de vuelta.
Este lugar tiene diversos alojamientos, unos pocos restaurantes, alguna que otra cafetería y, sobretodo, muchas tiendas de artesanía y recuerdos, pero su belleza reside en sus calles y en sus edificios tradicionales, así que, ya que habíamos venido hasta aquí, decidimos disfrutar el sitio tranquilamente (lo recomiendo, venir aquí con prisas no tiene mucho sentido). Además, como andar hasta el siguiente hito en nuestra ruta solo nos iba a llevar unas tres horas, decidimos dejar el equipaje en el ryokan y pasear por la zona durante la mañana. Ya iniciaríamos la ruta tras el almuerzo.
Pasear entre las calles y las tiendas fue todo una experiencia, el lugar no tiene desperdicio. Cada rincón era una curiosidad, cada esquina que doblabas te descubría un nuevo contraste de colores. Las vistas desde las colinas de los alrededores de la localidad parecían sacadas de un cuento de hadas (japonés, eso sí) 😛 . Ya os las enseñaré cuando hable de las ruinas del castillo de Tsumago. El caso es que las horas se nos pasaron volando y decidimos comer algo y volver al ryokan a recoger nuestras cosas.
Nos informaron de que había un servicio de envío de equipaje hasta Magome de 500yenes por bulto para hacer la caminata sin carga, pero nos pareció un poco «farsa» hacer una marcha de senderismo sin los macutos. Así que volvimos a por ellos y nos dispusimos a iniciar la marcha… podéis leer el siguiente capítulo de esta aventura pulsando aquí. 😉