Como ya sabéis los miércoles son los días dedicados a mis aventuras fuera de Japón, así que aprovecharé para contar mi breve visita relámpago a Hong Kong de hace un par de semanas (y digo breve porque apenas duró un par de días). Fue justo antes de volver a España a principios de Septiembre y, aunque fue un viaje principalmente de negocios, aproveché el tiempo al máximo y pude sacar un hueco para hacerme una escapada a Tai-O. Llevaba mucho tiempo detrás de conocerlo y siempre, entre unas cosas y otras, nunca encontraba el momento para ir, aunque esta vez lo conseguí. Ya os contaré más detenidamente cómo fue mi visita a esta pequeña villa de pescadores llena de canales que se esconde en la isla de Lantau, ya que daría para un post completo.
Otro gran descubrimiento que hice durante esta visita fue Blacklane, un servicio de chófer privado en coches de gama alta que tenía ganas de probar desde hace tiempo, así que, puesto que el hotel donde me hospedé no estaba bien comunicado en transporte público, aproveché la ocasión para contratar la recogida desde el aeropuerto con ellos y la verdad es que fue genial, un servicio cómodo y efectivo, además el conductor era muy simpático y, aunque al principio no se decidía, acabó posando junto al coche, cuando le dije que le sacaría en mi blog. xD
También, entre reunión y reunión (de negocios), pude reencontrarme con Javier I. Sampedro, también conocido como «el chicharrero por Hong Kong» y nos estuvimos poniendo al día mientras tomábamos un café y unas tartaletas de huevo al más puro estilo de Macao (véase la fotografía bajo estas líneas). Fueron dos días de no parar, pero me dió tiempo a hacer muchas. Luego ya tomé el vuelo a Madrid directamente desde Hong Kong, pero mi estancia en España ya os la contaré más adelante….
Hoy, como es miércoles, hablaré de mis aventuras fuera de Japón. Continuaré con la historia de mi escapada a los Montes Wudang, en Hubei, China, cuyo capítulo anterior podéis leer en este post. Esa mañana me levanté muy temprano, desayuné fuerte y salí del hotel con la intención de hacer un recorrido de un día por los montes. Al torcer la esquina donde me despedí de la chica del tren, vi aparecer a Lucy (el nombre inglés de la chica que estaba en la recepción la tarde anterior y que hoy sería mi guía).
No pude evitar esbozar una sonrisa cuando la vi llegar. Nos dimos los buenos días y nos preguntamos casi a la vez si habíamos desayunado (ambos habíamos comido ya). Tomamos un bus de línea y nuestra conversación se fue apagando debido al sueño. Aunque yo era el (supuestamente) más interesado en hacer esta visita, ella estaba mucho más despejada y animada que yo (que me limitaba a permanecer despierto). Llegamos al final de la línea y andamos un tramo hasta llegar a la entrada. La primera impresión fue un poco extraña, me encontré con unas edificaciones modernas, imitando la arquitectura antigua, muchas aún a medias de construir, con enormes espacios vacíos que seguramente se convertirían en un futuro cercano en cafeterías, tiendas y puestos de souvenirs (véase imagen sobre este párrafo). Se ve que quieren montar un circo turístico aquí, y me alegro de no haberlo visto así todavía, aunque lo ideal hubiera sido llegar hace un lustro, que seguro que no había nada de esto.
Comenzamos a subir el monte Zhanqifeng, pasamos por el templo de la Nube Púrpura y continuamos la ascensión. Lucy me iba explicando los detalles que ella conocía del lugar, pero yo le preguntaba a ella, sobre su familia y sus costumbres. Después de haber vivido durante meses en una ciudad grande de China como es Guangzhou, sentía curiosidad de saber de primera mano cómo era la vida de una chica de apenas 20 años de un pueblo del interior. Pero lo más increíble fue que hacía menos de 24 horas no podíamos entendernos y nos costaba expresar ideas simples y en ese momento parecía que podíamos hablar de cualquier cosa. ¡Cuán curiosas son las relaciones humanas!
Llegamos hasta arriba del todo, vimos como los grandes grupos de turistas chinos identificados por pegatinas de colores (y liderados de guías armados con banderitas) iban ocupando las zonas que apenas media hora antes acabábamos de pisar. Durante el ascenso vimos paisajes mágicos, pero os hablaré de ellos en una entrada dedicada exclusivamente a la belleza y la historia de este lugar. Hoy simplemente quiero acabar el relato de las sensaciones que me recordaron quién era, por qué amaba viajar y qué había venido a buscar allí. Aunque yo no me había dado cuenta todavía, no había venido a buscar una experiencia, una fotografía o un paisaje, ni siquiera un templo, un resto arqueológico o los vestigios de una antigua dinastía. Había venido a encontrarme a mí mismo y a recordarme que por mucho que haya andado, aún me quedaba mucho por caminar…
Llevando la contraria a la metáfora, iniciamos el descenso. Yo quería explorar más caminos que antes no habíamos tomado y fuimos haciendo otras combinaciones en nuestro regreso. El camino se alargaba, pero ya había llegado la tarde y el hambre apretaba. Habíamos tomado algunas frutas y dulces a lo largo de la mañana para matar el hambre y asegurarnos la energía de los azúcares, ya que en un alarde de ingeniería, en vez de permitir la ascensión por un camino en cuesta, la misma se realizaba mediante un número de escalones que podía contarse por millares (y no es una exageración). Lucy, que al principio de la jornada se atrevió a fanfarronear de que ella estaba acostumbrada a esta montaña (ya que la había visitado desde niña), no me decía nada pero yo podía leer en su cara el cansancio, además que dejó de iniciar las conversaciones, síntoma inequívoco de que ya necesitábamos pararnos. Nos sentamos a comer en un puesto al borde de uno de los caminos que atravesaban el bosque. Yo apenas comí (algo extraño en mí, pues soy algo glotón) pero ella lo hizo con ganas.
Tras la comida, continuamos el camino de retorno con un paso mucho más relajado. Ella me confesó que estaba muy cansada y que no entendía muy bien que yo hubiera venido desde tan lejos solo para tomar fotos. Normalmente los extranjeros iban hasta allí para quedarse varios días pernoctando en los templos y practicando taichí o artes marciales. Yo le hablé de mi país y le enseñé fotografías y ella me dijo que también iría hasta España a tomar fotos y que así me entendería. Me habló de sus sueños y ambiciones, y entre los más diversos temas se nos escaparon las horas. Llegamos al pueblo de nuevo cuando el sol ya comenzaba a caer. Me despedí con un abrazo (y digo «me» porque fue iniciativa mía) y con un millón de gracias. Ella tardó en reaccionar, nunca había recibido un abrazo de una persona que había conocido hacía 24 horas y me confesó que otra chica en su caso se podría haber sentido ofendida. Tras ello, me abrazó ella a mí, esta vez motu proprio y me hizo prometer que volvería a verla y que si ella venía a España sería yo el que haría de guía. Le ofrecí mi meñique como garantía y ella lo rodeó con el suyo antes de despedirse y desaparecer por una de las callejuelas, eso si, sin dejar de mover el brazo en señal de despedida hasta perder el contacto visual.
Yo volví al hotel, nada más llegar me duché y me cambié, realmente lo necesitaba. Como apenas había comido, decidí salir a merendar algo antes de que atardeciera del todo, pero en ese momento llamaron a la puerta de la habitación. Miré por la mirilla y vi que eran los niños que conocí el primer día que, como sabían que me iba temprano al día siguiente y no podrían verme, venían a despedirse ¿que detallazo, verdad?. Al abrir la puerta un poco, entraron todos en tropel a ver cómo era la habitación… no, no hablo de asomarse… ¡si no de entrar hasta el fondo!… fue muy gracioso. Antes de irnos todos juntos a merendar les hice esta foto, imagen con la que cierro esta historia… una historia que versa de compañeras de un viaje de tren, de pequeños amigos que no hablan tu idioma y de guías improvisadas que no dejan de sonreir… ¡Ah! y de montañas… también habla de montañas… 😉
『Esta es la continuación de la historia que comencé en este post de la semana pasada en la que hablo de mis aventuras durante mi escapada a los Montes Wudang, en Hubei, China』
Dejé las cosas en la habitación y volví a bajar rápidamente a la recepción del hotel, quería ver el atardecer desde el Lago Taiji y se me echaba el tiempo encima. Sabía que había un autobús para llegar al lago, pero no sabía dónde paraba, así que pregunté de nuevo a la recepcionista. Ella, que tan amablemente me había atendido antes (armada de paciencia), intentó indicarme el camino gesticulando, pero yo no lograba orientarme, ella me hizo entender que estaba sola y que no podía dejar la recepción, a todo esto los niños, que antes estaban jugando en el patio, miraban nuestra conversación (por llamarlo de alguna manera) boquiabiertos.
Una de las niñas se aproximó, tiró de mi camiseta y me hizo señas para que la siguiera, los niños empezaron a correr alborotados, yo me despedí y les seguí, me llevaron hasta una parada de autobús a unos 300 metros del alojamiento, pude reconocer los ideogramas del lago en el itinerario de una de las líneas. Así que me acerqué a un puesto de bebidas y chucherías que había cerca y les indiqué con el brazo que eligieran lo que quisieran que yo les invitaba como agradecimiento. Cada uno eligió una bebida y volvieron al patio entusiasmados, yo tomé el autobus de línea hasta el lago y llegué justo cuando atardecía. Aún había gente bañándose en las aguas del lago mientras el sol se escondía, otros, desde la orilla, observaban el atardecer a mi lado.
Al volver del lago (esta vez volví en taxi) me encontré de nuevo a la recepcionista que salía del hotel, ya que su turno ya acababa. Hablamos un rato en nuestro «Chinglish acompañado de gestos» habitual, y finalmente nos fuimos a cenar juntos. Durante la cena, aunque nuestra conversación no era muy fluida, pude entender que al siguiente día no trabajaba en el hotel y que, como yo iba a salir bien temprano para ir a las montañas, que no seguramente no nos volviéramos a ver y que eso le causaba tristeza. Le respondí que no pasaba nada, que la gente que está destinada a quedarse en tu vida realmente nunca se va.
Tras decirle esto, dio un respingo y me preguntó que si tenía guía para ir a la montaña mañana, le dije que no, que ya me perdería yo por el monte… Así que ella me respondió que al ser local, no le cobraban entrada al parque y que, si me apetecía, que ella me acompañaba y me guiaba, que se lo conocía bastante bien. Por supuesto, le dije que, si no le importaba madrugar, que sería un placer que me guiara. Y ella respondió con una sonrisa de oreja a oreja. Me sentí muy afortunado, llegué aquí solo y algo perdido, y en ningún momento me he sentido extraño. Es más, ahora hasta tengo una guía improvisada que no deja de sonreir…
Hoy, como es miércoles, hablaré de uno de mis relatos fuera de Japón, este concretamente se sitúa en China en uno de esos viajes al interior del país… uno de esos viajes repletos de gratas sorpresas que te recuerdan las ventajas de viajar solo. Viajaba camino a los montes Wudang, en la provincia de Hubei (que no es un lugar de famosos monumentos pero ha resultado ser uno de los lugares con la gente más acogedora o los paisajes más impactantes de los que he estado.)
El caso es que para llegar hasta allí tuve que partir de Wuhan, la capital de la provincia y allí tomar un tren regional que se componía de vagones cama que consistían en un enorme pasillo en el que te ibas encontrado a un lado grupos de seis literas (sin puerta ni nada). Como no había más extranjeros en el tren (por lo menos en la clase barata que es la que yo escogí) desde el principio todo el mundo se fijó en mí pero nadie me dijo nada… nadie excepto una joven estudiante que sabía un poco de inglés (véase en la foto) y que había estado ya mirándome tímidamente un rato. Quería practicar inglés y no sabía cómo decírmelo… 😉
Empezamos a hablar en «chinglish» y más o menos nos entendimos. Me comentó que su novio era de Wuhan y que venía de haber pasado el fin de semana con él en la capital, también me dijo que le gustaba practicar inglés pero no tenía con quién. Así mismo, me dió muchos consejos sobre el lugar al que me dirigía y para colmo, como la venían a buscar en coche unos familiares, se empeñó en que fuera con ellos y que así ya me dejarían en el hotel. Las horas pasaban en el tren y nuestra conversación las hacía parecer minutos, mientras la vida seguía desarrollándose en el vagón…
Cuando el tren paró en la estación de WuDangShan, bajamos y, al salir de la estación, tal y como la chica del tren me había dicho (no consigo recordar su nombre), allí estaban sus familiares. Me recibieron con una sonrisa y con un gesto me invitaron a entrar al coche. Durante el breve trayecto, que apenas duró unos minutos, haciendo uso mi escaso chino y mucho ingenio les hice saber mi nombre, que era español y que estaba no había venido al monte a hacer artes marciales, si no fotografías. Llegamos a una bocacalle peatonal y me hicieron señas de que entrara a un patio donde podría acceder al hotel. Les di las gracias y me bajé. (ya no les volvería a ver durante este viaje)
En el patio había un grupo de niños y niñas de entre 7 y 10 años jugando. Al verme se dirigieron a mí (se ve que no vienen muchos occidentales a este alojamiento) sin dejar de sonreir, yo dejé la mochila en un rincón y para jugar brevemente con ellos. Ellos no hablaban inglés, yo apenas hablo chino… pero nos entendimos perfectamente. Pasé al hotel y la persona que me atendió (que era otra joven de unos 20 años) también fue muy amable conmigo, aunque tampoco hablaba un inglés. Entre que nos entendíamos o no, los niños entraron en la recepción y simularon que también me atendían imitando a la recepcionista. Fue una situación muy simpática. No obstante, no me entretuve mucho más. Quería llegar a ver el atardecer al cercano lago Taichi, así que en cuanto conseguí la llave de mi habitación subí rápidamente para dejar la mochila… (continua aquí)
Ya sabéis que cuando publico los miércoles es para hablar de mis aventuras fuera de Japón, así que hoy no va a ser menos y os voy a hablar de una de mis escapadas por China. Esta vez a la antigua ciudad de Daxu (大圩), en la provincia de Guangxi, una de las más lindas del país. Fue el primer lugar que visité en un road-trip que me hice con unos amigos chinos a esta provincia.
Es uno de esos lugares en los que el tiempo parece haberse detenido, nos levantamos bien temprano y desayunamos unos fideos típicos de la zona. Me sorprendió que no hubiera ningún turista siendo una ciudad tan bonita y estando tan cerca de Guilin, uno de los puntos turísticos más conocidos del gigante asiático. Quizá porque era un día de diario, o quizá porque era muy temprano pero parecía como si la ciudad estuviera allí esperándonos, para nosotros solos…
A medida que el sol iba tomando altura la ciudad empezaba a cobrar vida, los niños se dirigían a los colegios y la gente a sus quehaceres diarios. La ciudad antigua tiene una estructura lineal paralela al río y está dividida con en zonas separadas por arcos. Las tiendas de la entrada estaban más dedicadas al turismo: artesanía, souvenirs y cosas así, pero más en el interior, encontramos farmacias, zapateros y otros oficios que se siguen llevando de forma tradicional.
Los farolillos eran constantes a lo largo de la calle, así como los símbolos de fortuna y protección que casi no faltaban en ninguna puerta. Fue un paseo muy tranquilo, apenas interrumpido por el claxon de algún que otro coche o el timbre de un par de bicicletas pidiendo paso cuando me quedaba haciendo fotos ensimismado en mitad de la calzada. Sin duda alguna, un lugar al que te planteas volver con mucho más tiempo para disfrutarlo.
El origen de esta ciudad se remonta a 1000 años atrás y, por eso, cuenta con varios templos levantados hace siglos, aunque la construcción antigua que más me destacó fue el puente de la longevidad (construido en tiempos de la dinastía Ming, por el que es inevitable cruzar en nuestro paseo por la ciudad vieja.
Subiendo el puente de la longevidad
Aunque nosotros vinimos en coche, sé que se puede llegar hasta aquí en autobús de línea desde Guilin en un trayecto que apenas cuesta 1 Euro, lo que no he podido encontrar son los horarios. Para terminar, aquí os dejo con algunas fotografías más, espero que os gusten, están todas en mi flickr.
Estos días en China, son festivos nacionales, es el Duanwu Festival, también conocido como Dragon Boat Festival, que coincide con el quinto día del quinto mes del calendario lunisolar chino, de ahí que en otros lugares de influencia china como Singapur o Malasia, se le llame a este festival el «Doble cinco». Hoy os hablaré brevemente de esta celebración y de cómo la viví el año pasado en Guangzhou.
El significado de esta tradición tiene orígenes confusos, ya que hay diferentes leyendas, incluso en algunos lugares del país lo asocian a sus propias leyendas locales. La versión más extendida dice que se conmemora la muerte del poeta Qu Yuan (el primer poeta chino importante en la historia de la literatura del país) que vivió en el antiguo reino de Chu durante el periodo de los «Reinos combatientes», además de ser uno de los símbolos del patriotismo de la China antigua.
Según la leyenda, él amaba profundamente su reino y, por el bien del mismo, llegó a contradecir las decisiones de su rey en varias ocasiones, lo cual le significó el destierro temporal (momento en los que escribió gran parte de su obra). Cuando En 278 a.C. supo que su reino iba a ser conquistado por tropas del estado Qin, debido a la mala gestión de su rey y, viendo que él no podía hacer nada para impedirlo, se suicidó (como protesta por la corrupción que llevaba a su reino al desastre) tirándose al río Miluo.
Al enterarse de la noticia, el pueblo, con el ánimo de recuperar intacto el cuerpo del poeta, tomo sus embarcaciones y recorrió el río lo más rápido que pudo haciendo ruido: tocando el gong, los tambores…para espantar a los peces e impedir que dañaran el cuerpo. Desde las orillas lanzaban bolas de arroz cocido para que los peces los comieran y se alejaran del poeta. Y así fue como, según esta leyenda, se originó este festival. Por eso, en la actualidad, las barcas, tocan tambores, el gong, silbatos y hasta lanzan fuegos artificiales y por eso se comen Zongzi, como el arroz cocido que se les lanzaba a los peces.
Al parecer, previamente a esta historia ya había eventos similares, no obstante, hoy en día, los orígenes son lo de menos. La gente encuentra en estas fechas «una excusa» para reunirse y celebrar este evento con familiares y/o amigos, ya sea junto al río observando a las embarcaciones o disfrutando de unas vacaciones aprovechando los tres días de fiesta nacional (que en la República Popular China, no fueron reinstaurados hasta el 2008). Si lo queréis ver, aquí tenéis este breve vídeo que grabé estando allí. También aquí os dejo algunas fotografías tomadas durante el evento:
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